La saga histórica de los judíos no contiene capítulos sencillos y el de
la judería siciliana no es ciertamente una excepción. Mientras las historias de
los hebreos de Galitzia, India y Japón han sido estudiadas extensamente, una de
los asentamientos más antiguos de la Diáspora ha sido marginado en términos
generales. La mayor isla del Mediterráneo ha sido durante milenios una de las
encrucijadas más importantes de la primeras civilizaciones.
La historia contada en la Odisea y en la Ilíada, los mitos fundacionades
del espíritu aventurero helénico, ubican ciertas criaturas míticas como el
cíclope Polifemos, hijo de Poseidón, en Sicilia. La imaginación popular aún
señala dos grandes acantilados en la costa de Catania como las piedras que
aquel gigante le lanzó a Odiseo. El estrecho entre la isla y tierra firme
reciben el nombre de Esquilo y Caribdis. Desde la antigüedad, los griegos
establecieron colonias en Sicilia y se acepta por lo general que los helenos
continentales tuvieron un papel fundamental en la civilización occidental al
detener el avance de los persas en Europa. También se olvida por lo regular que
el ejército de la ciudad Estado de Siracusa, una antigua colonia corintia,
peleó contra los cartagineses durante siglos para detener su expansión. Las
diferencias son claras: los griegos inventaron la democracia, con todas sus
contradicciones, mientras sus enemigos pertenecían a Estados totalitarios. No
solo los cartagineses eran así, sino que además practicaban los sacrificios
humanos hasta que, tras la derrota, Agatocles, rey de Sicilia, los obligó a
firmar un tratado de paz en el que renunciaban a esta práctica horrible. Por
ello se puede decir que si los griegos continentales y sicilianos hubieran sido
derrotados, una cultura diferente a la helénica habría predominado en la
región, y que la influencia judeocristiana en la civilización occidental quizá
habría sido distinta. Sicilia, fue, por supuesto, no solo griega. Fenicios,
cartagineses y romanos en la antigüedad, y posteriormente los bizantinos,
árabes, normandos, suevos (Hohenstuafen), franceses (anjeos) y españoles
(aragoneses) también estuvieron en esta tierra como conquistadores.
La historia del primer asentamiento judío en Sicilia es controversial,
aunque sabemos que los hebreos sicilianos tuvieron un papel fundamental en esta
hasta el infame edicto de expulsión del 31 de marzo de 1492 de Fernando de
Aragón e Isabel de Castilla, que echó fuera de esos reinos y de las tierras
controladas por estos a los judíos. Hay una documentación extensa sobre el
antisemitismo brutal en España, respaldada particularmente por figuras malignas
como el gran inquisidor Tomás de Torquemada.
Sin embargo, ese sentimiento no lo compartía el pueblo de Sicilia. El
virrey de Sicilia, don Fernando de Acuña, no publicó el decreto, sino dos meses
y medio después de su proclamación. Algunas zonas del territorio siciliano, por
ejemplo Pantelleria, una islita en el canal de Sicilia, estaba poblada
exclusivamente por judíos. El edicto efectivamente acabó con quince siglos de
historia judía. Hoy en día, Sicilia contiene más evidencias arqueológica de
presencia judía que toda España. Las catacumbas son abundantes en la isla,
sobre todo en Siracusa, donde uno fácilmente se puede perder, y se ha probado
que son de origen judío.
Al final de las guerras púnicas contra Cartago, los romanos reforzaron
el área central mediterránea, por lo que Sicilia fue un punto estratégico para
el Imperio. Relativamente en poco tiempo, los romanos arrasaron gran parte del
bosque siciliano para transformarlos en el granero de Roma. Esto inició un
proceso de desertificación antinatural en la parte central de la isla, que es
visible aún en nuestros días. Algunos académicos han señalado que una parte del
gran número de judíos capturados y esclavizados por los romanos tras el sitio
de Jerusalén por Pompeyo, en el año 63 de la era común, fue a parar a Sicilia.
El procónsul Craso vendió 30 mil judíos y no es aventurero afirmar que una
parte de ellos fueron a parar a Sicilia, una parte importante del Imperio.
En una famosa monografía de 1957, Cecil Roth –entre otros libros, autor
de Una historia de los marranos- nos cueenta que «el primer escritor judío
nacido en Europa del que se tiene conocimiento fue Caecillius Calactinus
[Cecilio de Caleacte, nacido en Sicilia, y perteneció a la corriente de
oratoria llamada aticista]… quien floreció en el primer siglo antes de la era
cristiana» y que además era bien conocido fuera de la comunidad intelectual
judía. Este es el primer nombre de una larga lista de nombres de académicos,
rabinos, poetas, entre otros varios intelectuales sicilianos. Uno de entre
muchos fue Samuel Ben Nisim al-Masnut, autor de poesía sinagogal, comentarios
midrásicos y un libro sobre Job –Maayán Ganim– reeditado en Berlín en 1899.
Samuel ben Nisim nació en Palermo y luego emigró a España, donde normalmente lo
llamaban Sikili, es decir El Siciliano, un nombre que encontramos en muchos
hebreos en toda la cuenca mediterránea tras la expulsión. Aarón Abulrabbí,
quien compiló una defensa del judaísmo, hoy extraviada, e hizo un sesudo
comentario sobre Rashí, era nacido en Catania. Abú Aflá, autor de trabajos
teosóficos y mágicos, y que estudió con maestros eminentes como Gershon Sholem,
era oriundo de Siracusa.
A finales del siglo XV, Anatoli Ben Yosef, un juez rabínico de
Alejandría (Egipto) envió una pregunta a los rabinos de Siracusa, y estos la
reenviaron a Moshé ben Maimón (Maimónides), que dio su punto de vista en uno de
sus Responsa. El trabajo intelectual de los judíos sicilianos se extendió desde
la astronomía a las matemáticas y la poesía. Yehuda Shmuel ben Nisim
Abul-Farag, de Agrigento, se convirtió al cristianismo con el nombre de
Raimundo de Moncada y fue «uno de los hebraístas europeos más eminentes del
siglo XV». Tradujo el Corán y enseñó hebreo y cábala a una de las figuras más
importantes del Renacimiento italiano: Pico della Mirandola.
El descubrimiento de la guenizá de El Cairo confirmó no solo la
existencia de un amplio mercado judío de seda y de libros entre los siglos X y
XII, sino también de rutas marinas y terrestres entre Sicilia y Palestina. En
el libro cristiano de Hechos (28:12) el autor refiere que Saulo de Tarsos,
mejor conocido como Pablo, pasó tres días en Siracusa camino a Roma, pero no
menciona una comunidad judía allí. Sin embargo, en otra parada en su viaje
habla de un asentamiento hebreo en Pozzouli, donde él pasó siete días. En
cualquier caso, el hecho que el autor no haya mencionado nada sobre esa kehilá
no implica necesariamente su inexistencia. De hecho, pco menos de cien años
después (aproximadamente en el 120), rabí Akiva se detuvo en Siracusa durante
uno de sus viajes y reportó la existencia de tres comunidades mínimas. Hoy, en
prácticamente todas las grandes ciudades sicilianas hay un sector llamado «La
Giudecca», el barrio judío, donde aún es posible conseguir el lugar donde
estaban los baños rituales o mikvés. En Siracusa, por ejemplo, el baño ritual
de la comunidad está situado debajo de la iglesia de San Filippo, en el centro
de La Giudecca.
Los judíos sicilianos tenían nombres especiales para las cosas de la
religión. Por ejemplo, Simjat Torá se llamaba «La festa de la Mortilla», la
carne kasher era «carne tajura» (quizá derivada del término tahor o puro, en
hebreo); y la sinagoga no era el Bet Hakenéset sino «La Meschita» (y en otros
casos muschita).
Los judíos dejaron huellas en muchos sicilianos de distintas zonas,
desde el lenguaje, la tradición culinaria, la topografía de las ciudades, y en
los nombres de la gente. Muchas de estas relaciones tienen que ser estudiadas,
para poder entender mejor estas comunidades judías, que vivieron durante más de
quince siglos en a la isla, durante lo cual nos dejaron perlas preciosas aún
por descubrir.
Sergio Caldarella, Los Judíos de
Sicilia, in Revista Maguen-Escudo, Caracas, Venezuela. https://revistamaguenescudo.wordpress.com/los-judios-de-sicilia/